Vivir honradamente, no perjudicar al prójimo, dar a cada quien lo suyo. Según Justiniano, tales son las tres bases de toda legislación.
El primero de estos preceptos se limita a una pura honestidad. El segundo nos ordena que no hagamos en el comercio de la vida cosa alguna que cause daño o perjuicio a otra persona, cualquiera que ella sea, en sus bienes, en su reputación o en su cuerpo, todo lo que se opone a la buena fe. El tercero enseña a los encargados de la administración de la justicia las reglas que deben seguir en el desempeño de sus funciones.